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Es muy común escuchar en consulta a las menores sufriendo porque “no me admiten en su club”, “hoy no quieren que sea su amiga”, “siempre manda ella”. Disfrutan más mandando que jugando.

Jugar es expresar, compartir, disfrutar e innovar.

La manipulación tiene distintos grados. Yo me referiré al más común: la manipulación como rasgo de personalidad.

El manipulador conoce perfectamente a su “víctima”: vulnerable, indeciso, escasas habilidades sociales, tímido, inseguro, con baja autoestima.

La manipulación sólo funciona si hay un público que le sigue. Al principio, no eres consciente y no sufres, pero con el tiempo dejas de ser tú, de ser libre y pasas a depender de ellos.

A la “víctima” le resulta difícil escapar de estas situaciones, ya que, teme ser rechazada o quedarse sin amistades. Como sociedad debemos cuestionarnos dónde estriba el trabajo: si en la víctima y/o en el manipulador.

El manipulador es egocéntrico. Disfruta mandando, es hábil manejando a las personas considerándolas meros instrumentos para alcanzar sus fines, empatía anestesiada. Utiliza herramientas como el victimismo, memoriza las debilidades del otro para menospreciarle. Si no les sigues aflora la culpa, el miedo, la soledad.

La solución está en MÍ:

1. Tomar consciencia de la manipulación.

2.  Conocerme, valorarme y aceptarme.

3. Aprender a manejar las habilidades sociales.

4. Saber poner límites huyendo de las personas “tóxicas”.

5. Perdonar para no llenarme de ira, odio o rencor.

Helga González Medina

Psicóloga y Logopeda

Centro Pediátrico San Francisco